A veces las cosas no son como deberían ser. El tema daría para más de una editorial. De hecho no son pocas las leídas acerca de la cuestión. Nos referimos a la escasa repercusión que tienen algunos artistas, y que se refleja en la asistencia a sus conciertos y que, en ocasiones como esta es inversamente proporcional al talento que poseen. El pasado jueves nos acercamos a la sala Tempo Club a ver a uno de los pocos genuinos bluesmen aún con vida. Boo Boo Davis. Descorazonador fue descubrir que apenas una treintena de personas acudieron a la cita. Podríamos achacarlo a la infinidad de posibilidades que se juntan cada noche en la capital del reino, en la difícil tarea de la promoción, o al oráculo de Delfos. La cuestión de fondo quizás sea que la cultura del entretenimiento se ha impuesto y ha doblegado a la cultura de la música. De cualquier modo, ver a uno de los pocos supervivientes que puede contar que aprendió a cantar y tocar su harmónica en el mismo Delta del Mississippi, mientras él mismo cuenta que trabajaba en los campos de algodón, no es algo que se deba dejar pasar de largo si es posible acudir a la cita. Y ahí estaba Davis, con sus 74 años a las espaldas, renqueante en sus pasos, amarrado a su micrófono y a su poco más de media docena de harmónicas. Para darle soporte, un batería y un notable guitarrista que era capaz de amalgamar bajo y guitarra en un solo instrumento, consiguiendo el empaque preciso para que Davis se preocupara de hacer lo que mejor sabe, sacar de dentro de sí el aliento del blues. Sentado en una butaca, que abandonó apenas un par de veces para salir al medio del escenario llevado por la euforia de los temas, debajo de su gorra, convenientemente calada y ladeada para que su rostro se mantuviera en la penumbra, este bluesman fue desgranando el repertorio que esta noche nos ofrecía. Muy agradecido con el público, y con un tal Dave, al que agradecía también al término de cada tema, nos contó alguna anécdota de su trayectoria y nos ofreció una velada de blues para la memoria. El repertorio escogido transitaba por el blues más clásico, pinceladas de bluegrass, blues rock, y algunos temas con bases mas funk, que en conjunto hicieron que la hora y algo que estuvo encima del escenario fuera amena, energética y entretenida. Una batería a pelo, una guitarra con un ampli de bajo y otro de guitarra para dar juego a la habilidad del guitarrista, un pequeño ampli para la poco más de media docena de harmónicas, y un micrófono para que Boo Boo Davis nos ofreciera una verdadera clase maestra de interpretación. Sus letanías y relatos acerca de la vida y sus vicisitudes salían de su harmónica y su garganta mientras el personal no dejaba de moverse. Realmente era dificil no hacerlo ante la energía que ransmitía el bluesman. Incluso cuando dieron por terminado su espectáculo, ante la petición de los asistentes, se arrancaron con un tema extra, tras lo cual, practicamente acabaron con las existencias de los discos que traían, firmaron las copias, y se hicieron fotos con todo aquel que lo pidió. Una verdadera lástima que este tipo de propuestas no tengan la repercusión de público que realmente merecen. Por nuestra parte, no podíamos permitirnos perdernos la cita con uno de los artistas más honesto y limpio que hemos tenido el placer de escuchar desde hace mucho, mucho tiempo. Boo Boo Davis es un grande. Así lo certificó sobre las tablas.
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